Desde el equipo de Creciendo con Eco, continuamos reflexionando junto con Diana Hidalgo sobre cómo la pandemia impacta en la educación y en los adolescentes.

Diana Hidalgo Jiménez. Presidenta de AAPIPNA. Licenciada en Psicología, especialidad clínica. Diplomada en Magisterio de Educación Especial
¿Cómo viven los adolescentes la incertidumbre de no saber cómo va a ser el futuro de la educación? ¿Qué herramientas se deberían trabajar desde los centros educativos para que los alumnos puedan gestionarla mejor?
El futuro de la educación no creo que les preocupe demasiado. Creo que les puede preocupar su propio futuro, en cualquier caso. Lo que recojo en la clínica es que los jóvenes están extremadamente angustiados por su futuro laboral y personal. Esto, además de estar vinculado a la angustia adolescente y el salto que hay que dar en la transición a convertirse en adulto, considero que está siendo potenciado por el contexto mundial de crisis sindémica. Por descontado que la incertidumbre forma parte del proceso de crecer e ir siendo. […] Cuando leí la pregunta pensé: ellos viven en incertidumbre. Luego me corregí: ellos y nosotros.
¿Quién no vive en la incertidumbre?
Últimamente se habla mucho de la incertidumbre… Siempre ha habido incertidumbre. Y siempre la habrá. De hecho, bienvenida sea la incertidumbre si se la puede manejar.
Sin embargo, si no se puede tolerar, angustia y fragmenta.
Sin duda, el no-saber, es parte de la vida, es una experiencia humana. […] Tiene dos caras: la que angustia muchísimo y la que posibilita la creatividad. Hay quien dice, tengo muchos libros por leer, mientras otro comenta: hay un montón de libros que no voy a poder leer jamás, y otro podría decir, qué bien, cuántos libros me quedan por leer (porque eso significa que me queda mucho por aprender).
También hay tipos de incertidumbre dependiendo de la situación, por supuesto, no es lo mismo la incertidumbre que se genera frente a la lectura que la que produce tener trabajo o no.
Estoy pensando que en ellos, en los adolescentes, además se juega otra cuestión vital: la adolescencia es un momento muy importante en la creación de la identidad. Aunque yo soy partidaria de que la identidad no se deja de construir jamás…
Ahora que hablamos de no saber, pienso en El trabajo de lo negativo de André Green, donde habla de la capacidad negativa. El libro es fantástico, complejo pero fantástico. Lo que me deslumbró fue descubrir que no fue André Green, ni otro psicoanalista, sino un poeta quien reveló esta capacidad: John Keats. Quien, en una carta a su hermano, le explica que el poeta ha de ser capaz de tolerar la incertidumbre (de no saber). La capacidad negativa es eso: poder sostener el no saber. En la clínica es muy importante, el analista o el psicoterapeuta tiene que aprender a no saber. Los profesores también tendrían que poder fomentar su capacidad negativa, saber que no saben (algunas cosas, otras sí que las sabes claro).
Pero todos deberíamos fomentar nuestra capacidad negativa, ¿verdad?
Sí, sin duda. Volviendo al contexto educativo, según mi entender, la enseñanza, las relaciones o los vínculos serían más creativos si están fundamentados en la paradoja. También es cierto que no todos los días se puede sostener la paradoja, en el sentido de que no todas las clases te salen bien, no todas las asignaturas o todos los temas los puedes bañar de libido, de deseo… No siempre se pueden jugar las cosas y, cuando te das cuenta de que ya no puedes, quizá es momento de abandonar el juego: dejar de ser profesor.
Me recuerda a una película, El profesor, donde creo recordar que el maestro se coloca en esa posición de no saber.
Es una buena película sobre otras pedagogías. […] Vivir o no vivir en la incertidumbre, cómo vivir en la incertidumbre, qué incertidumbres se pueden tolerar… Todo depende de la constitución psíquica de la persona. Es decir, cómo ha podido ir generando el aparato psíquico, cómo su entorno o ambiente le ha ido sosteniendo… Por supuesto, y ya en el territorio de la salud mental, todos tenemos puntos de ruptura y hay incertidumbres que pueden sobrepasar ese punto de ruptura, obviamente. No obstante, cuando la incertidumbre está bañada de ese juego, de esa posibilidad de quitarte lo que por momentos es casi un peso o responsabilidad de saber, de permitirte pasar al no saber, ese tipo de incertidumbre es la que abre el juego. Hay juegos de mesa, juegos con los otros, juegos de hablar, de soltar ocurrencias… Todos ellos se mueven en el no saber. A ver qué dice el otro, a ver qué jugada hace…
Y claro, el adolescente se encuentra en un momento difícil en el que tiene que reelaborar, recapitular todo su pasado o hacer un movimiento hacia atrás, así como, a su vez, no dejar de ir proyectando futuros, de modo que todas estas posibilidades paradojales y de incertidumbre les pueden angustiar y causarles zozobra. Los adultos, padres, profesores o psicoterapeutas hemos de sostener esos momentos de inquietud.
Últimamente se habla mucho de la incertidumbre… Siempre ha habido incertidumbre. Y siempre la habrá. De hecho, bienvenida sea la incertidumbre si se la puede manejar.
Pero, a medida que va creciendo, se le coloca en un momento en el parece que está ante la decisión de su vida. Por ejemplo, al tener que escoger una carrera universitaria.
Por eso mismo hablo de futuros. Varios. Estará cursando la Educación secundaria y cómo va a saber qué carrera universitaria quiere o a qué te vas a dedicar. Un futuro da angustia claustrofóbica. Mejor hablemos de futuros. Algunos se continuarán, otros se enriquecerán, los habrá que no, que caigan, que se frustren…
En la clínica llegan chicos y chicas angustiados, de tan sólo 12 y 13 años, que no te hablan de la asignatura o del curso, sino de lo que tienen que escoger de aquí en adelante para tener un buen futuro, para poder aplicar a una buena carrera. Pero ya desde niño, además, se nos plantea: ¿qué quieres ser de mayor?
Un futuro da angustia claustrofóbica. Mejor hablemos de futuros.
Regresando a la pregunta, en su segunda parte, qué herramientas se deberían trabajar para gestionar la incertidumbre. Para responder a esa pregunta abro otro paréntesis. Me encantó descubrir la etimología de la palabra alumno, que proviene del latín alumnus: a-, privativo, -lumnus, luz. El que no tiene luz. Es el profesor el que le aporta luz. Por lo que volvemos a esa situación de relación de poder, del profesor como parte activa y el alumno como parte pasiva. Cuando en realidad los alumnos, a veces, tienen mucha más luz que los profesores. […] Entonces, con respecto a las herramientas para poder manejar esa incertidumbre o ese no saber, volvemos a que, seguimos con esa relación de poder, del que sabe y el que no sabe, del profesor y el falto de luz…, creo que esto habría que hacerlo de otro modo. Herramientas que se me ocurren: investigar, proponerles investigaciones. ¡Que investiguen el solar de al lado de su casa! Y posibilitarles aprender a pensar, también.
Hacer talleres y laboratorios, que impliquen mirar y pensar. Por ejemplo, al impartir y recibir la clase desde casa durante el confinamiento, se propuso hacer arroz y aquí la cocina pasó a ser un laboratorio de química y física. Lo que puede hacer el profesorado es proponer proyectos de investigación y ver qué hace el alumno. Solo o en grupo. […] Se habla mucho de educación por proyectos, en la que se propone un proyecto y, prácticamente, hay que seguir unas pautas como si fuera un trabajo fin de grado. Eso es aburrido. Lo que se consigue es acotar. […] Al contrario, cuando se usan estas otras herramientas el tiempo puede que se dilate, que se haga más largo. Parecerá que no avanzan, que no aprenden. Pero, en verdad, están aprendiendo a aprender.
Y ya no sólo esta situación: se ha acentuado el conflicto entre los adolescentes y el resto de la sociedad. Se les acusa de actuar con poco sentido común frente a la pandemia (porque a ellos la Covid-19 les hace menos daño que a los adultos y las personas mayores). ¿Cómo se pueden estar sintiendo ellos frente a esta problemática -o acusación- en una etapa que ya de por sí se caracteriza por estar en conflicto con el mundo (y su propio cuerpo)?
Como hablábamos antes, ser adolescente es ser un rebelde y es sano. El que no se rebela no se diferencia, por ejemplo, de la familia, porque para ser diferente se tiene que oponer en primer lugar para con el tiempo y, si es posible, llegue a establecerse desde la diferencia no opositiva.
En relación a cómo se pueden estar sintiendo con toda esta situación, dependerá de cada uno de ellos. Creo muchos se sentirán con rabia o con culpa. Y es la culpa lo que me preocupa más. Porque además en esta etapa, en la que tiene que vivir su cuerpo, la exploración de la propia geografía que va cambiando muy rápido. Quedarse tan encerrados ya no sólo delante de la pantalla, sino por la situación del confinamiento, las miradas acusatorias…. Personalmente, creo que se les está expropiando algo que es suyo. […] El otro día saliendo de la consulta, había un coche del 061, de médicos que van a hacer visitas domiciliarias, y pasaron en bicicleta unos cuantos adolescentes que tendrían entre 13 y 14 años, pedaleando a toda velocidad, y uno de ellos gritó: ¡no creo en el Coronavirus! ¡es todo una pantomima! Claro, estaba expresando al coche del 061, que estaba vacío y que en este caso representa a la autoridad, esa necesidad de gritar, de revelarse mientras iba a toda velocidad en la bici. En casa, encerrado, eso no se puede hacer. La estática no da la misma sensación. […] Siempre defenderé que hay que retomar las calles y las plazas, tanto físicas como virtuales.

¿Cuándo dices plaza virtual, a qué te refieres?
A los foros, a los lugares de encuentro. Ahora nos dirigimos a otro mundo, en el que es otro el modo de encuentro, otra presencia, ni mejor ni peor, sino diferente.
Las redes sociales como Tinder o Lovoo , Instagram o Facebook, son plazas de encuentro inéditas. En ellas ocurren contactos, se producen efectos. En ellas se crean nuevos espacios de encuentro humano a través de la intermediación de las pantallas.
Hay una definición de Gordon Allport sobre psicología social que dice que es una ciencia que explica y ayuda a predecir cómo las personas pensamos, sentimos y nos compartamos al ser influidos por la presencia de los otros, sea esta presencia real, imaginada o implícita (por ejemplo, la cultura). Este año me he planteado que deberíamos incluir una cuarta: la presencia virtual y, dada su novedad y nuestro desconocimiento, en otras palabras, la incertidumbre angustiosa o bien la resistencia frente al cambio, nos puede hacer rechazarla. Porque tenemos la sensación de haber perdido. […] En situaciones de incertidumbre angustiosa, se van generando dos tipos de grupos: grupos de desamparo, como son los que asaltaron el Capitolio o los policías de balcón; o bien, grupos de solidaridad, de creatividad. La palabra solidaridad viene de sólido, de base segura. Estos tipos de grupos han surgido siempre en momentos de crisis.
El que no se rebela no se diferencia, por ejemplo, de la familia, porque para ser diferente se tiene que oponer en primer lugar para con el tiempo y, si es posible, llegue a establecerse desde la diferencia no opositiva.
En una entrevista reciente con José Ramón Ubieto, éste declara que no hay una experiencia colectiva compartida, cada uno lo vive de una manera” y menciona algunos posibles efectos como depresión, inhibición social y/o rabia en los jóvenes. Otros especialistas recogen una sobreactuación de la orden de participar en botellones, asistir a fiestas clandestinas, o más salidas nocturnas en general. ¿A qué se puede deber este tipo de actuaciones? ¿Se sienten protegidos o tienen la impresión de que se les ha abandonado y discriminado? ¿Cuáles son los efectos psicológicos que puede acarrear esta situación?
Si con la palabra sobreactuación se refiere a actuaciones, a pasajes al acto, el adolescente quiere que le vean, pero, además, quiere estar escondido. Y si son actuaciones, es cierto, uno de los grandes riesgos de la adolescencia, y de otros momentos en la vida, es que haya un pasaje al acto. Por ejemplo, que en un botellón se beban una botella entera de vodka y que eso les pueda generar un problema médico importante. Todo está otra vez en función de lo que hablábamos antes, de cómo se ha podido ir constituyendo el adolescente en la familia, si lo ha sostenido o no, si le ha ayudado a poner en palabras lo que va pasando, si no puede…
¿Cuándo se hace un pasaje al acto? Cuando no hay proceso secundario, cuando uno no puede poner en palabras lo que le ocurre. Cuando le quieres pegar un trompazo a alguien, lo piensas, lo pones en palabras, y es así como ya lo estás frenando. No golpeas, sino que frenas el acto. […] Vuelvo a lo que decíamos antes, depende de qué conflictos, qué sufrimientos particulares tiene cada uno de esos muchachos que sobreactúan, porque hacen pasajes al acto. Que un chico beba una botella entera de vodka no es igual el porqué o desde dónde está bebiendo esa botella, a por qué lo está haciendo el compañero de al lado. No es igual, seguro que no. Porque son dos diferentes, con su historia y sus orígenes, entre otras cosas. […] Entonces sí, lo depresivo (que no la depresión clínica), la murria adolescente (esa sensación de oh, nadie me entiende, estando tumbado en la habitación mirando el techo y escuchando música), o la rabia y el enfado, lo que viene siempre desde el miedo, todas las pérdidas y los duelos que tienen que elaborar… Da mucho miedo. Algunos se sentirán desamparados porque puede que lo estén; otros supervigilados, aunque son los primeros que llevan cámaras de vigilancia en sus manos. No sé, me resisto a dar una respuesta única.
Tampoco se puede, ¿no? Dar una sola respuesta.
No y sería aburrido.
¿Y qué piensas sobre los efectos psicológicos que puede causar esta situación?
Se reactivan los focos, se les da combustible a los focos que ya estaban allí. La situación social dice, ¿la experiencia colectiva es compartida? No, pero sí que es cierto que hemos vivido una situación en la que a todos nos ha afectado el coronavirus, las respuestas por parte de los políticos, las medidas gubernamentales, las leyes… A todos, eso sí que es compartido. Ahora, a ver, los efectos que ha tenido en cada uno de nosotros son muy diferentes. Acuerdo, por supuesto, con lo que propone Ubieto. Los efectos son muy diferentes. Mucho.
Sin olvidar que es en la adolescencia cuando se comienza a transitar el camino en búsqueda de una identidad propia y, muchas veces, es el instituto el laboratorio de esas posibles identidades. ¿Qué pasa con este proceso si los centros educativos cierran y se opta por una educación a distancia? ¿A dónde recurrirán los chicos para encontrar esas respuestas y qué consecuencias psíquicas puede llegar a tener?
A esos otros espacios virtuales, que mencionamos anteriormente, pero sin renunciar al parque o al instituto físico. A dónde puede recurrir y cuáles son sus consecuencias, habremos de ir observándolo y pensándolo, investigándolo. Nosotros los profesionales de la salud mental y de la educación, entre otros. Ellos también deben ir pensando y creando nuevos espacios. Se trata de un fenómeno epocal; nos ha tocado vivir esto como a otros les ha tocado vivir una guerra mundial. Como suele ocurrir en estos casos, puedes pensarlo, cuando puedes mirar un poco hacia atrás. Hay que tomar cierta distancia, ya que en sí no es mala, sino necesaria. Los adolescentes que se están diferenciando están tomando distancia. El dilema del erizo de Schopenhauer, que luego cita Freud en Psicología de las Masas, representa muy bien este fenómeno: ni muy cerca, ni muy lejos. Porque muy cerca pincha y muy lejos tengo frío, me siento solo y, por lo tanto, tengo miedo. Busca la distancia óptima.
Los medios informáticos pueden ser vividos como púas que vigilan y controlan, así como lugares fríos. Pero también, pueden suponer un espacio para crear el vínculo, con el que empezábamos la entrevista.
No hay que renunciar ni a las plazas ni a las calles de ningún tipo. La tecnología es un instrumento que si es como una consola, consuela, y hay quien necesita consuelo, porque se encuentra desamparado. Pero también, puede tener ese valor de vínculo que permite el encuentro. Por lo tanto, no hay que satanizarlo, dependerá de su uso.

